Wasily Kandinsky (1925)
Es un cuadro abstracto en el que los elementos de la composición son formas, colores pero no existe relación con la realidad visible y es que para Kandinsky pintar un cuadro supone llenar una superficie de elementos como líneas, puntos, colores, formas geométricas que dan una sensación de tensión, armonía, ritmo y que causen o provoquen una sensación espiritual en el espectador. Se puede dividir el cuadro en tres partes que tienen un fondo de colores violetas, verdes, amarillos y azules.
Las sensaciones del espectador cobran aquí una gran importancia por una parte parece existir un movimiento circular que comenzaría por la línea curva de nuestra izquierda para acabar en la cinta negra y sobre todo en el círculo negro de nuestra derecha que parece «querer caer».
Este cuadro también refleja la dualidad entre el sol y la luna: la parte izquierda evoca la geometría y la luminosidad diurna, en la que los trazos oblicuos imitan los rayos de sol que surgen de las dos formas semicurvas. En cambio, en la derecha, aparece una oscura redondez lunar de la que surgen multitud de formas a modo de transparencias que se superponen.
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